Pantoja
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Verás que todo es mentira, verás que nada es amor Enrique Santos Discépolo. (1930). Yira, Yira . A l mediodía Pantoja salió de una ferretería. La luz del sol tocaba con recelo su rostro apagado. Pantoja guardó en el bolsillo de su bermuda su compra: una cajita amarilla de "Racumín", el mejor de los raticidas. Su mujer por la madrugada le había reclamado que la mortadela para el desayuno estaba con marcas pequeñas de dientes; seguramente por ratas que venían del caño cercano a su hogar. Después de guardar el veneno, subió a su motocarro y tomó rumbo a casa. Pantoja despertó, como es habitual, a las 4:00 a. m. La cuna de su hijo estaba al otro extremo de la habitación. El bebé llevaba ya unas semanas enfermo de erupciones en la piel que lo hacían llorar. La mujer de Pantoja, malhumorada por el ruido del niño, le pidió que fuera a la cuna y lo atendiera, y que preparara y sirviera el tinto para el desayuno, y que le llevara a ella unos cigarrillos. Pantoja tomó al be