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Mostrando entradas de 2022

Pantoja

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  Verás que todo es mentira,  verás que nada es amor Enrique Santos Discépolo. (1930).  Yira, Yira .     A l mediodía Pantoja salió de una ferretería. La luz del sol tocaba con recelo su rostro apagado. Pantoja guardó en el bolsillo de su bermuda su compra: una cajita amarilla de "Racumín", el mejor de los raticidas. Su mujer por la madrugada le había reclamado que la mortadela para el desayuno estaba con marcas pequeñas de dientes; seguramente por ratas que venían del caño cercano a su hogar. Después de guardar el veneno, subió a su motocarro y tomó rumbo a casa.     Pantoja despertó, como es habitual, a las 4:00 a. m. La cuna de su hijo estaba al otro extremo de la habitación. El bebé llevaba ya unas semanas enfermo de erupciones en la piel que lo hacían llorar. La mujer de Pantoja, malhumorada por el ruido del niño, le pidió que fuera a la cuna y lo atendiera, y que preparara y sirviera el tinto para el desayuno, y que le llevara a ella unos cigarrillos. Pantoja tomó al be

Herética erótica

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Takato Yamamoto. (2004). Angel funeral . Autorretrato     Amo amo mi cuerpo mío. Mi cuerpo tocado. Amo cuando es mirado, saboreado. Mi cuerpo de carne de páginas amarillas. Amo mi cuerpo de brazos angostos. Mi cuerpo de labios besados. Amo mi cuerpo y sus piernas regordetas y sus uñas horribles y mi cuerpo de abdomen eyaculado y mi cuerpo desnalgado. Amo mi cuerpo de acento confuso. Mi cuerpo olvidado, escupido y abandonado. Mi cuerpo siempre feliz. Amo amo mi cuerpo, amo mi cuerpo amado. Lentes sucios: yo pecador     Yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, ¡por mi gran culpa! Y mi lengua que todo lo encuentra para azotar al lenguaje con perversidades. Y mis ojos sinvergüenzas que aparentan inocencia cuando están frente a otros ojos. Por las cosas que finjo no querer escuchar, pero cedo a la tentación de oír cada blasfemia. Por eso ruego a santa María siempre virgen, y a los á

Cenizas sobre recibos

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  Baldomero Romero Ressendi. Naturaleza muerta . Factura de un romance Todo evoluciona contigo, y ya no estás. Quiero un tiquete para verte. Di mi nombre, di que me amas. Mi teléfono: ya no suena, ya no estás. La caja de mi memoria repleta de tu voz. Soy atendido por la ausencia de tu canto: Descripción: ojeras sonrientes, mi rostro de color: gris, en un bus azul confirmando la información que me dijiste aquel día gris... totalmente gris en medio del sol. Hoy consumo mi tiempo total a cosas como esta. Vivo el cambio, tu cambio, soy un 0. ¡Regresa! Guárdame en una bolsa, soy ligero sin el peso de mi llanto. ¿Hay forma de volver a ti, a tu pecho eléctrico que me liberaba en la prisión de sus abrazos? No quiero tus gracias por lo bonito que fue esto. En caso de hacer efectivo el cambio, me resignaré tranquilo. Si el producto es diferente, te esperaré. Entregaremos un bono para que lo uses en tu regreso, yo te explicaré cómo usarlo: toma el control, besa mis labios. La vigencia es de 6 me

Jamás en el lenguaje

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  Leonora Carrington. (1974). El último pez . Las letras y la piel Una piel suave, completamente suave, mezclada con cobijas, a la espera de ser descubierta, sufre de ser mencionada: una piel sensible al tacto de la palabra. Una piel enferma por los signos de los signos. Los síntomas: fiebre baja, muy baja, inventada, fiebre aquí escrita, fiebre de palabra. Hace calor, calor caliente, que se entona en una voz que recita estos versos disueltos en sudor de lágrimas y sueños despiertos. Miradas que manosearon la piel del dorso de un cuaderno usado, ojos que alguna vez vieron el secreto de lo que estaba escrito antes de hacerse lenguaje. Antes de pronunciar cualquier cosa era la cosa, era la cosa y no lo que se dice de ella. ¿Qué se puede decir ahora? Piel, fiebre, calor, sudor, lágrimas. Pero nada de eso es en realidad. Censura Prohibido decir casa, prohibido decir mamá, prohibido decir amor, prohibido decir sexo, prohibido decir tiempo, prohibido decir amigos, prohibido decir recuerdos,

Telarañas en la conciencia

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  William Hogarth. (1751). El callejón de la ginebra . Soñando gusanos ¿No soñarás conmigo? Te espero acá, en mi sueño, lleno de hojas secas y tierra y hormiguitas silenciosas que caminan sobre ti, haciéndote cosquillas hasta despertarte. Ya veo. No soñarás conmigo. Soy un bicho asqueroso que se retuerce en hojas secas, tierra y hormiguitas silenciosas. No quiero despertar. Yo soñaré contigo. Pensamiento hepático El exceso de malos pensamientos abre una herida pequeña, pero honda, en el abdomen. Nada se asoma a través de ella... si acaso sangra un poco, si acaso ríe un poco. Si acaso duele lo suficiente para detenerlo todo en un instante de disociaciones perversas. El abdomen generalmente lee el mundo en silencio. ¿De dónde brotan sus pensamientos? Presionando con la mirada, atravesando el sanguinolento camino, se hace notorio el hígado: retazo blando de carne que trastorna aquello que piensa. Todo va hacia el hígado y todo sale de él. Él piensa en el gatito que caminaba en el tejado.

Menú del mes

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  Nicolas-René Jollain. (1769). Hyacinthe changé en fleur . Paradero Sentirse ligerito con un grillete en la mordida, sonriendo pasito con el sudor de susurros matutinos que auguran lo que no pasará mañana: nada pasará, pero todos los buses pasan... eso es sentirse ligerito. Cuerpo, deseo y dolor La desnudez entumecida por el disparo de una cámara, la desnudez paralizada por los nudos del recuerdo: ese es mi cuerpo. Mi cuerpo hecho bronce, hecho madera, hecho mármol contemplado por feligreses ansiosos de tallarlo con sus uñas y dientes. Ese es mi cuerpo: mi cuerpo manoseado, tosido, arrugado, saboreado escupido, vomitado, reproducido. Carne repleta de muescas hondas y pedruscos dérmicos. Mi cuerpo exhibido en una vitrina para el alcance de unos cuantos. ¿Cuántos? Los que miren, los que sonrían, los que presionen el cristal hasta reventarlo en un orgasmo doloroso de miles de esquirlas penetrantes. ¿Te duele? Dime si te duele, ¿no te duele esa carita de placer que me mira creyendo ciegam

Repeticiones

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  Violeta Parra. (1964). La cena . Banquete nocturno de sobras Tras un beso, fuera de tus manos sudadas, cuando tu voz chilla un silencio que ensordece: estoy yo tendido sobre un plato bonito. La luz de lo oscuro encandilando mis pupilas que no entienden a las manchas rojas que ensucian la porcelana. ¿Qué es esto? ¿Adónde vas? Me privas del lenguaje. Responde. Te escucho sin que me hables. Quiero seguirte... solo obtengo un tropiezo: llueven luces de silencio, me resbalo entre las manchas malolientes de mi sangre. Mis dientes chuecos salen disparados de mis encías tras el golpe, tras un beso de tus labios ausentes. Un tropiezo, solo eso, solo mis vísceras regadas como restos deformes al borde del plato, rozadas por lo oscuro, a la espera de ser engullidas por tus manos. Sí, un tropiezo: caigo del plato a una esquina húmeda de la cocina, donde la nevera descongelada llora el mismo dolor mío. Aquí me pudro devorado por el moho en una sanguaza de sudor y servilletas. Ahora soy aquel chico

A comer

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     Ella pica cebolla, pica dos tomates, luego pica cilantro y frita todo en una paila. El crujir del aceite suena delicioso.     Él ama la comida de ella. Escucha atentamente el canto metálico de las ollas que se golpean con las cucharas. No se resiste al crujido del aceite que frita sus tímpanos y grita desde la cocina: 一 ¿Mamá, qué estás preparando? Ella le responde en voz baja: 一 Tomaremos sopa.     El borboteo cesa, el fogón se apaga y con dos paños gruesos la madre acomoda la olla en el mesón. Con el delantal sucio todavía puesto, dispone los platos calientes sobre la mesa, sirve dos vasos de aguapanela fría, perfecta para el calor de la tarde y para pasar la suculenta sopa humeante que penetra con su aroma la inocente nariz del niñito. Cuelga el delantal en una esquina de su silla y llama a su hijo.      Él corre con afán al comedor. Se trepa como puede a una silla, y mira con desconcierto que en la mesa no está el plato de Felipe: 一 Mamá, Felipe también toma sopa. 一 Tu herma

Él cantaba

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  Pável Chelishchev. (1926). Couple . Fotografía Un rizo, cascada cursiva; tu rostro de perfil agachado: te miro, tu rizo y tu rostro, te giras, me miras sin querer, me agacho. Finjo que no me has mirado. Los lunes de tarde tranquila, sentados en una mesita: te cuento canciones, me cantas historias. Me muestras tus manos, tus manos sudadas que tanto han sudado dolores cansados. Yo quiero quererte. Quiéreme en tus manos, llévame en ellas, me escucho en tu canto. Me das la certeza que cubres en tu abrazo, yo te doy los besos que en mi memoria has guardado. Tierna silueta de mango El calor es insoportable, la atmósfera se hace asfixiante, el paisaje de la habitación agitado, y me hundo en las blandas baldosas de pasto y barro. Distingo sobre el prado de una cobija tu coqueta silueta de mango. Persigo tu larga sombra que me cubre del sol a la par que me calienta en medio de este calor insoportable. Abrigas mi cuerpo mustio y amarillo con ramas delgadas y hojas suaves. Entre cosquillas y ca

Despedida materna

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     A los veintiséis años mi cuerpo ya era alimento para gusanos. Te concebí siendo un cadáver.      Antes de fallecer prematuramente, yo era hermosa, era una señorita culta con buen gusto para vestir. Asistía a aquellas fiestas y celebraciones que me saturaban con brandy y vino. Recuerdo las miradas fascinadas de los hombres viendo salir de mi boca entreabierta nubecitas tiernas de humo de cigarrillo. De vez en cuando pensaba en lo miserables que eran las otras, con sus vidas aburridas, sus rostros asquerosos, sus cuerpos desagradables y sus bolsillos vacíos.      Todo era perfecto. Nunca te hablé de la vida que tuve, porque contigo ya había dejado de vivir. Nunca te hablé de mi época universitaria: no estudié porque realmente lo quisiera, sino por lo inusual que era una mujer atractiva y joven con un título universitario. Yo era distinta y deseable al ojo del resto. Amaba mi trabajo de contadora de distintos restaurantes, bares y hoteles de la ciudad; de día solo presentaba info

Un miércoles

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     Ya casi es de noche: salgo de la universidad, de la única clase del día. Veo la sonrisa de otros estudiantes en sus ojos al entrecerrarse cuando toman el bus que esperaban, y a veces sueltan entre susurros ininteligibles expresiones del tipo “menos mal no tuve que mamar tanto tiempo como ayer”. Todos tranquilos se van en buses que hacen una fila para llevárselos.      Yo sigo esperando. Ya pasó media hora o cuarenta minutos. De lejos se distingue un Coolitoral con un diminuto letrero blanco con letras rojas, pienso: “ese bus da mucha vuelta, pero me sirve”. Paro el bus y al subirme estiro el brazo con el dinero. El chofer me mira con rostro de signo de interrogación, me mira juzgando, diciendo en su mirada: "este pelao' gafufo, enano y con aires de cachaco no tiene ni idea del bus que acaba de tomar": —¿Para dónde vas?  —me pregunta.      Balbuceo fingiendo una respuesta. Paso el torniquete, sé que este bus me sirve.       Tomo asiento, uno con ventana porque, au

Acá

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  Egon Schiele. (1912). La puerta hacia el exterior . Contacto A él. Ven que te digo un verso de Bécquer, te lo digo despacito, al oído. Luego dime algo, que me gusta tu voz, me abraza con su sonido: me envuelve en letras, risas, nervios, miradas, y yo te miro, te escucho y yo respiro. El aliento toca el piso con mis pasos, corro en medio de la tarde, temor y debilidades en mi boca. Me encuentro entre dos muros angostos, a cada paso el espacio se hace diminuto, avanzo, me agito, y en la esquina tu pecho cubierto de telarañas y polvo. Un tropiezo: mi carrera interrumpida, caigo en las telarañas, en la esquina desdoblada. Se cierran las paredes. Aflora la armonía: son los temblores de tu pecho. Respiras con calma, te quiero, y tengo rabia. Calla, dices, respira con calma. Susurras el secreto de los muros que rodean mis hombros. Si tú supieras que te he besado con la mirada, abrázame fuerte que me duelen los ojos. Pánico en la casa El tejado queda escrito en este verso. Afuera la noche ha

Servilletas

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Jean Siméon Chardin. (1728) Bodegón con gato y raya . Mal clima No tengo nada que decir porque no podría escuchar mi voz, me ensordece la calma de este paisaje árido, llano y vacío, repleto de chamizos puntiagudos que alguna vez, en algún tiempo, fueron algo. Estoy solo, acompañado del eco de mi silencio, estoy sediento, a la espera del susurro de una llovizna que caiga entre la comisura de mis labios y disuelva la costra de mugre que los cubre, porque de nada me sirve el pensamiento si no puedo enmudecer al paisaje con la palabra. Afuera Un tropiezo, el borde toca la superficie y me desparramo, me hago grande, como un laguito de ideas que se escurre en pequeños ríos y los ríos se parten en brazos todavía más finos y huesudos que quieren desembocar sobre los tuyos. Se traza una línea cóncava en el plano de mi rostro: mi sonrisa, y se acerca, y se dobla, se dobla, se estira, se estira y se achata, y entiende que tu sonrisa es solo su asíntota, y en ningún momento, en ningún lugar, en ni

Dos poemas

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  Lucy Tejada. (1986). Sueño de garzas . Del alba al mediodía El cansancio duerme debajo de mis párpados, incapaces de cerrarse por el óxido de las lagañas; siento la brisa fría que indica que aún es de madrugada: en mi casa hasta los gatos disfrutan de sus sueños, mientras yo continúo despierto. En mi mirada se tejen hebras finas color rojo con los patrones de raíces de una dicha amputada; estos versos son retoños que no crecen en jardines alegres, sino en el cementerio de lo que pudo haber sido. Se entrelazan las raíces, las hojas son de papel, y las frutas, listas para la cosecha, son las preguntas que se pudren sin respuesta. Veo mi niñez sonrosada entre la niebla y las nubes que susurran el secreto bien sabido de la lluvia. Mi niñez de feijoas cortadas a la mitad que quedaron sobre un plato a la espera de mi mordisco. Asesino al tiempo en mi mirada ya repleta de maleza. No tengo nada de aquel niño, soy su esqueje adolescente y aunque la nostalgi

Placeres corroídos

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  Takato Yamamoto. (1996). Sweet trap . Locus amoenus ¿No te gusta este lugar? Siente el sol rozando con su luz tu rostro de porcelana, y tu mirada, dos pequeñas grietas que se cierran lentamente con alegría y ternura concertadas. Me tomas de la mano y me respondes en voz baja: "sí, me gusta este lugar". Pero nada es cierto, me reduje en el instante, tiré mis lentes, no pude observar lo que ya he vivido y todo lo que está por pasar; sí, querido, ahora somos otros, otros más del montón. ¿Recuerdas de lo que te hablaba, de doña Elvira y doña Sol, que fueron engañadas, por los infantes de Carrión? Los cuatro en medio de un bosque, un paradisíaco robledal, disfrutaron una noche de las delicias de la intimidad, pero los infantes al día siguiente llevaron su plan a cabo: ellos las desnudaron, escupieron risas sobre sus cuerpos y no pararon de golpearlas hasta verlas totalmente cubiertas de sangre, moretones y rasguños como firma del tormento que vivieron. Mira aquella pintura, que