Servilletas

Jean Siméon Chardin. (1728) Bodegón con gato y raya.

Mal clima

No tengo nada que decir
porque no podría escuchar mi voz,
me ensordece la calma
de este paisaje árido, llano y vacío,
repleto de chamizos puntiagudos
que alguna vez,
en algún tiempo, fueron algo.
Estoy solo,
acompañado del eco de mi silencio,
estoy sediento,
a la espera del susurro de una llovizna
que caiga entre la comisura de mis labios
y disuelva la costra de mugre que los cubre,
porque de nada me sirve el pensamiento
si no puedo enmudecer al paisaje con la palabra.

Afuera

Un tropiezo,
el borde toca la superficie
y me desparramo,
me hago grande,
como un laguito de ideas
que se escurre en pequeños ríos
y los ríos se parten en brazos
todavía más finos y huesudos
que quieren desembocar sobre los tuyos.

Se traza una línea cóncava
en el plano de mi rostro:
mi sonrisa,
y se acerca, y se dobla,
se dobla, se estira,
se estira y se achata,
y entiende que tu sonrisa
es solo su asíntota,
y en ningún momento,
en ningún lugar, en ningún punto
llegan a tocarse,
hálito distante.

Veo desde la botella
que, nuevamente,
soy todo lo que he sido antes,
lo que soy y seguiré siendo:
una manchita pálida color vino
sobre el colchón blanco,
las cobijas,
o tu camisa;
un lago, una parte de mí queda ahí,
me encojo en congoja,
me arrugo en lo mismo
como una manchita diminuta,
seca y penetrante,
acurrucada, desnuda,
con los ojos cerrados.
Me veo,
soy esa mancha impermeable
que no se borra con lejía
ni con agua bendita;
se tiñe de mancha
el colchón, las cobijas y tu camisa;
me veo ahí desde la botella,
mientras el laguito se marchita.

Gargajo

Queda la sal cuando ya no hay azúcar.
La sal de mi sudor,
bajando por mi cuerpo:
conjunto de apéndices
que se extienden
para ver desde la ceguera del tacto
los apéndices de otros cuerpos
tan ciegos como el mío.

La sal del mar, el mar sucio
de personas que 
ensucian con dulzura y ebria tranquilidad
la turbulenta salmuera, que mece
la basura artificial, la falsa calma
que brota en carcajadas cacofónicas
que pretenden callar,
censurar,
torturar los gritos de culpa
de la consciencia.

Sal de almuerzo caliente
sobre la mesa caliente
en esta tierra caliente,
que hostilmente achicharra el nudo
de mi garganta
lleno de las palabras
con sabor a sopa y a tuétano
que escupo en este poema:
verdad, mentira, hormigas,
mi rostro, el tuyo, el de ustedes,
pieles, orina, puntos y comas,
rabia, calambres, temores, arañas.

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