Él cantaba

 

Pável Chelishchev. (1926). Couple.

Fotografía

Un rizo,
cascada cursiva;
tu rostro
de perfil agachado:
te miro,
tu rizo y tu rostro,
te giras,
me miras sin querer,
me agacho.
Finjo que no me has mirado.

Los lunes
de tarde tranquila,
sentados
en una mesita:
te cuento canciones,
me cantas historias.
Me muestras tus manos,
tus manos sudadas
que tanto han sudado
dolores cansados.

Yo quiero quererte.
Quiéreme en tus manos,
llévame en ellas,
me escucho en tu canto.
Me das la certeza
que cubres en tu abrazo,
yo te doy los besos
que en mi memoria
has guardado.

Tierna silueta de mango

El calor es insoportable,
la atmósfera se hace asfixiante,
el paisaje de la habitación agitado,
y me hundo
en las blandas baldosas
de pasto y barro.
Distingo sobre el prado de una cobija
tu coqueta silueta de mango.
Persigo tu larga sombra
que me cubre del sol
a la par que me calienta
en medio de este calor insoportable.

Abrigas mi cuerpo mustio y amarillo
con ramas delgadas y hojas suaves.
Entre cosquillas y caricias
me duermo,
me duermo y sigo despierto
mientras presionas mis costillas
como teclas de piano
que gimen tu música.

Tus raíces sedientas
amarran mi torso
penetrando mis poros.
Bebes de mi cuerpo
para no morir conmigo
en medio de este calor
hermosamente insoportable.

Me deslizo por tu tronco
cubierto del rocío que escupo.
Al morder tu cuello
me empapo de la savia
que escurre tu clavícula
y siento las astillas de tu vello
clavarse entre mis manos.
Sigo el curso de savia y sudor
regándose por tu pecho:
tu jadeo zarandeándome
en la maleza que crece en tu abdomen...
y caigo en un racimo de flores,
mi boca repleta de flores,
mi lengua contando los pétalos
que te regalará en el siguiente beso
del que solo nacerán flores.

Las yemas verdes en tus dedos brotan
rodeando mi cintura que tanto te gusta.
Me recoges hacia tus hombros
y toco tu espalda de árbol,
la toco con la humedad de mi aliento
que se acerca a tu boca abierta
y llena de mangos
que pones en mi boca.
Muerdo tus labios de cáscara naranja
con la delicadeza fastidiosa
de una picadura de mosquito
ansiosa de probar
tu lengua de hebras dulces
que saborea mi rostro sonrojado.

Caigo en la cobija de tierra,
bajo tu tibia y espesa sombra orgásmica.
Veo desde abajo
tu tierna silueta de mango
y te digo:
"amor,
déjame ser árbol contigo",
me respondes:
"quédate a mi lado".
Sigue un silencio fluido,
un ramaje de abrazos,
sigue tu voz mecida por la brisa
y me dices:
"Eduardo, yo te amo".

De bolsillo

Me duelen los ojos.
Alúmbrame con tu mirada.

Tengo frío.
Enrédate en mi cuerpo.

Yo te daré mis ojos,
me doblaré en tu cuerpo.

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