Dos poemas

 

Lucy Tejada. (1986). Sueño de garzas.

Del alba al mediodía

El cansancio duerme
debajo de mis párpados,
incapaces de cerrarse
por el óxido de las lagañas;
siento la brisa fría que indica
que aún es de madrugada:
en mi casa hasta los gatos
disfrutan de sus sueños,
mientras yo continúo despierto.

En mi mirada se tejen
hebras finas color rojo
con los patrones de raíces
de una dicha amputada;
estos versos son retoños
que no crecen en jardines alegres,
sino en el cementerio
de lo que pudo haber sido.

Se entrelazan las raíces,
las hojas son de papel,
y las frutas, listas para la cosecha,
son las preguntas
que se pudren sin respuesta.

Veo mi niñez sonrosada
entre la niebla
y las nubes que susurran el secreto
bien sabido de la lluvia.
Mi niñez de feijoas cortadas a la mitad
que quedaron sobre un plato
a la espera de mi mordisco.

Asesino al tiempo en mi mirada
ya repleta de maleza.
No tengo nada de aquel niño,
soy su esqueje adolescente
y aunque la nostalgia me diga
que con él no tengo parecido,
la realidad es que somos lo mismo:
arranco este cansancio
desde sus raíces aferradas a la tierra
y lo tiro a que avive la hoguera del olvido,
y yo tranquilo, me quedo dormido.


Retrato de los autodestructivos

Hijos del temor kierkegaardiano,
infestados de problemas sin soluciones,
que miran hacia el cielo
y quieren ser como dioses,
pero sienten el suelo que pisan
y creen que son como alimañas.

Aquellos que amaron la mentira
y gozaban de sus alucinaciones,
ya no saben cómo inventarse nuevos engaños,
y transitan vacíamente en esta vida
con la esperanza ahora fundada
en el día de su muerte.

En medio de su confusión,
un día descubrieron
que su Dios era una manzana
y se lo comieron,
y hoy en día pregonan
poseídos por su odio hacia ellos mismos:
"¡Como ya no queda nada,
ahora todo está permitido!"

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