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Mostrando entradas de 2023

Oraciones

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  Protestificatio . (1152). Hildegarda de Bingen. Epitafio Dije que, si moría, sería bello. Ahora que yo estoy muerto ya no me veo. Algo más que tierra o ceniza en mi pecho: un corazón del tamaño de este mundo que deja. A la vida, un adiós para todos. Para morir no hace falta corazón. Plegaria del cordero y el lobo Quiero decir eso que hice. Es decir, quiero no volver a hacerlo. Hice lo que hice en vida. Decir se dice tras haber vivido. Yo quiero decir mi inocencia porque ya no puedo hacerla. Quiero decirme, viejo, adulto, joven, y morir con todas las letras de mi nombre y no con los actos que me hicieron hombre de carne que come carne ajena, y mis ojos que miran con ciega lujuria que enmudece la lengua incapaz de decir eso que hice. Eso que hice y no tiene palabra, profano al lenguaje, y lejano al más ancho perdón que ustedes me dicen. Lo hice sin saber que debía decirlo, ahora lo hago. Quiero decir y morir en un abrazo con aquellos que me dicen en pecado y con un amén. Moriremos, y e

Otros dos poemas

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Odilon Redon. (1892). Le liseur . Quiéreme ausente Usted dice "piedra" como queriendo decirme. Dice decirme en un abrazo, "distancia" como queriéndome cerca, como una piedra en su zapato: no hay peor destino para una piedra que acabar en un zapato; todo lleno de talco, sudor, atiborrado de usted y sus pasos, su camino que me cansa, me agita encerrado, me tutea hostigante haciéndome piedra por cada vez que me dice. Cada tres pasos una yaga, y me dice "piedra". Usted se sacude, y me deja de decir. Termino lejos donde estoy, en el suelo, con tierra, entre el pasto, flores, una iguana que come flores y me tropieza áspera, y me mira sin decirme, queriéndome allí, a un lado, donde estoy en el suelo. Sí Ni los muertos, ni la noche ni el color negro. Tampoco trasnocharse hasta las dos, hasta las tres, hasta las cuatro de la mañana en una cuenta progresiva que no lleva a ningún lado. Ni el dolor, ni las heridas que sanan. La sangre ajena, qué fastidio el llanto del

Las tijeras de Isabela

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    1.      Isabela cree que algún día llegará a cortar el papel. Por lo pronto lo pellizca, lo tuerce. Los dobleces se ríen. Isabela cree que se burlan de ella y los ahoga con silicona caliente. Ella sujeta bien las esquinas del papel, las dobla, las retuerce y las redondea hasta lograr que parezcan la sonrisa que ella ve en los charcos cuando llueve. "Charcos": con dos sílabas, char-cos, dice. Ella también cree que al papel le sobran dos sílabas; ¿para qué decirlo así, si en realidad no se dice, sino que se corta? Isabela asume que lo dice porque quiere cortarlo, es que Isabela cree que algún día llegará a cortar el papel. Todo lo que se dice es un deseo y ella lo entiende porque entre más lo dice más cerca estará de cortarlo y de dibujar allí su sonrisita de tijeras.     Sin embargo, Isabela verdaderamente teme decirlo, pensarlo, creerlo. Su sonrisa augura esa forma que forma lo que por ahora dice. Charco, papel, cortar; todos son dos sílabas en las que cree porque las des

Poética cimentista

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Poética cimentista: la palabra como una materia-otra de la plenitud estética Todos los pájaros vuelan, pero no dicen lo mismo La Niña Emilia, La borrachera .   Antes que nada, pedimos al lector total atención de lo contenido en el siguiente apartado. Pedimos que medite sobre las palabras aquí escritas, deteniéndose, permitiendo que sea uno con ellas. De lo contrario, será imposible entender lo que a continuación vendrá. Tómese su tiempo, pues verá, que en la paciencia y en la palabra también hay goce. Al decir “sentido”, sin más que lo que es decir “sentido”, se despliegan varias posibilidades dentro de sus grafías. Cada palabra hasta el momento sigue una gramática sensible que queda en un último plano: no importa el qué se dice, ni cómo se dice, solo el hecho de que algo se dice, y ajá . Esta ambigüedad de decir una palabra como si fuera un aleph borgeano en el que se enuncian todos sus significados, sinónimos y antónimos posibles requiere de mucho cuidado y detalle de uso

Difícil decir espera

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Para Mana, mi abuela .     Él no sabe que no sabe que está vivo. Disfruta muy bien sin entender sus manos pequeñas y su risa  –en voz alta o en silencio – ante cualquier situación. Mientras él espera sentado, ella prepara algo en la estufa, bate el vapor con sus manos, sirve un pocillo y abre la puerta del patio. El patio es amplio, las esquinas abiertas parecen que dijeran prolongadamente la letra "a"; esto a él le da risa, pero en silencio. Arriba hay un techo transparente, aunque borroso, y él no sabe que no sabe lo que está encima de él, más allá de su cabello bien peinado por las manos de ella.     Ella arrastra una silla de madera, él se sienta en un banquito o en un balde  –da lo mismo precisar exactamente en qué, solo es algo que a él le suena con "b" y no con "a" de esquina–. Ella dice algo sobre la silla, es difícil saber qué es lo que dice, porque él solo escucha un murmullo parecido a una risa extraña y no tan divertida. Se puede identificar su

Escrito con manecillas

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  José María Eguren. (1910). Toque de ánimas . Te extraño hoy Ayer no,  mi cuaderno guardaba silencio,  sudaba tranquilo,  dormido,  sin tinta,  sin ti. No,  no soñaba con el suelo blando,  canciones de cobijas o caminar descalzo sobre el sol contigo; es que anoche no soñaba lo de hace una semana, lo de seis meses, un año, en el restaurante, donde preparan platos de sonrisas para comer con tenedores, sirviéndote de mi mirada. Ayer casi no recordaba que te di mis ojos, ahora lloro sin ellos. Quiero cerrarlos, y dormir y despertar mañana. Purgatorio Empieza con un algo acorralado entre círculos  que trazan una línea: uno, dos, cada palabra es un segundo, ocho, nueve, diez... y en sesenta se logra un punto de la línea. Uno, dos, tres, se repite, seis, siete, se repite en un bramido que entona todos los nombres: uno y dos ojos despiertos. Lo primero que ven es su carne cruda, y piensan: es muy mediodía para estar crudo, muy mediodía normal, al menos igual; otros se cuecen a esta hora con

Sin mañana

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  Santiago Rusiñol. (1894). La morfinómana . No, con N No, con la "n" de tu nombre, "n" en sonido que no podré escuchar, que no puedo guardar en un cajón o dárselo a alguien porque no hay nada que decir. Yo con "n" de cuerpo, de camino desnudo, atado por hebras, sílabas que alguna vez fueron un te quiero oculto entre tus manos, que pronunciaste, creo, con afecto para responder quién era yo, o qué soy ahora que no es lo mismo que era antes. No, con "n" de jamás, con "n" de no estar al lado de tu nombre. Espejito Todo roto, todo opaco, mutilado, sucio, tan frente a mí, tan parecido y de brazos abiertos a envolverme con las posibilidades de lo mismo. Me veo todo roto, con mis ojitos de alfiler oxidado, con mis cachetes manchados de sol a contraluz contra la vida que me espera, no: se oculta tras mi reflejo como queriendo no verme, con asco, mientras me veo. Estoy todo opaco, indistinguible en la imagen plana de mi cuerpo junto a mis cosas;

Locus abstractum

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El poema toma contacto se desliza con brazos extendidos por las dos orillas: esa es tu fuerza Arturo Carrera. (1972). Escrito con un nictógrafo .     0           Dos cuerpos se acercan, observan sus suspiros y atienden sus puntiagudos deseos.  Para que estos cuerpos se escriban es necesario un lugar en el que se despliegan una serie de esquinas que los protegen, y arriba un techo pañetado por trescientas nubes con todas las estrellas a lo lejos. Estas palabras existen porque en ese lugar hay un salón lleno de aves, gritos, figuras planas, luces y sonidos que ocultan la gramática de los rostros de esos dos cuerpos que intentan entenderse. Para entrar a ese salón solo hay dos opciones: leer este lugar hasta el límite de sus posibilidades o ser uno de esos dos cuerpos.     1     Adentro, en el suelo: siete manchas solapadas, que son catorce superpuestas, veintiocho arrastrándose, y cincuentaiséis y ciento doce dibujando la silueta de dos cuerpos que son siete manchas. Aprenden el lenguaje

Alfabeto, siempre igual

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Cecilia Porras. (1957). Ángel volando en la noche . A Para gritar, para reír, para llorar. Decirla y decir sí o no decir. Para volver más atrás, en un balbuceo que no sabe nada. Para ver en un renglón ferrocarril, asomado en su trazo sencillo, un niño nervioso que la busca cuando busca un abrazo materno a la distancia de una coma. Y en un correo electrónico, en un recibo, en los apuntes, en los ojos de todos en cualquier dispositivo. Las lenguas manchadas con yagas de tanto entonarla para indicar, para encontrar, para insultar a los que huyen de su fonema redondo en un silencio imposible, taladrado por gargantas cotidianas que la hacen. En un letrero, en la nomenclatura de las calles más angostas; en mi nombre escrito con tu letra, con tu cuerpo documentando las cosas en un gemido que las diga, que la diga alargada y en candencia, en la voz de cuatro manos que se abren y la escriben con la tinta de dos sombras. Todo para todo, los límites definidos de una grafía y su materia que todo l

Decir cuerpo

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  Pável Chélishchev. (1932). Reflections . Boca Y mi boca, y mi boca y mi boca, que tantas cosas sobre las cosas ha dicho. Y mi boca que ahora solo quiere decir mentiras que son ciertas, son dolor. Y toco mi boca en un espejo con un cuaderno, y escupo el lavamanos, lo tiño de rojo, negro y amarillo, de sangre, saliva, humo. Mi boca que arde enrejada en un infierno de palabras. Encías que crujen contra la marcha similar de las cosas en mi boca, a punto de decirlas, y de morderme la lengua y llorar boca, y reír mucho para decir mucho, demasiado, todo un exceso de vida, colores, y de lenguas en mi boca, que es mentira. Pulmones Usaré el aire de toda una vida para pronunciar la palabra "pulmones". Me iré como si no hubiera dicho nada: no sentiré la brisa ni el algo que cargo en el pecho. Estaré yo escrito sobre una piedra, completamente impronunciable.

Hombres

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  Salman Toor. (2019). Parts and things . Hombre un millón                                             A los ojos de R. Sé que te irás porque te miro mientras me miras triste, sorprendido, aburrido. Sé que te irás, bien sé que, tal vez, te vas a tragar humo o a mirar insectos y saborear las texturas de lo que otros te dicen sin mirarte; te vas a otro lado para aburrirte. "Tomemos un café", me dices, y no tomamos el café, pero me preguntas por el humo, por los insectos y por las texturas sucias de lo que otros te dicen. Dices que quieres entenderte o encontrarte, o algo así; y esparcirte como un virus: medio vivo, medio muerto, contagiando a más personas de tu cuerpo y sus dolores. Me hablas de tantas cosas y estás atento a mis ojos hipermétropes que no te pueden ver de cerca, porque tampoco quiero verte, porque sé que te irás y sé que no te gustan los hombres blancos, aunque tocabas mi pecho desnudo y pálido; lo abrías buscando un corazón, y encontrabas un cenicero lleno de h

El lenguaje de las cosas

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Elin Danielson-Gambogi. (1890). Después de desayunar. Todo Y lo triste y lo malo, y lo mal. Lo terrible, lo oscuro de esto, y todo esto que no es más que esto y nada más. Nada que salve aquello que nunca se da, nunca; y siempre es así. Y así se secan las lágrimas en los cachetes, y la sangre en el colchón. Los ojos se cierran e invade el sueño de ahogarse en una mancha roja, ya marrón, ya nada. Y dormir esperando no ver más todo esto nunca más. Esquinas Un universo pequeño con un escritorio abrigado con papeles, recibos, cuadernos. Una mesita de mármol con un rosario, collares, cremas, rostros. Cuatro esquinas que niegan el suelo y las paredes intersecadas con violencia. Tristísimos suspiros al recordar aquella vez, en un lugar borroso y sin esquinas, los pedazos de la infancia. Un universo para estar acurrucado en un millón de esquinas ocultas en los espejos, hablando solo para no olvidar. Amarillo                                              Nada será igual . Tengo miedo de que este