Poética cimentista
Poética cimentista:
la palabra como una materia-otra de la plenitud estética
Todos los pájaros vuelan,
pero no dicen lo mismo
La Niña Emilia, La borrachera.
Antes que nada, pedimos al lector total atención
de lo contenido en el siguiente apartado. Pedimos que medite sobre las palabras
aquí escritas, deteniéndose, permitiendo que sea uno con ellas. De lo
contrario, será imposible entender lo que a continuación vendrá. Tómese su
tiempo, pues verá, que en la
paciencia y en la palabra también hay goce.
Al decir “sentido”, sin más que lo que es decir
“sentido”, se despliegan varias posibilidades dentro de sus grafías. Cada
palabra hasta el momento sigue una gramática sensible que queda en un último
plano: no importa el qué se dice, ni cómo se dice, solo el hecho de que algo se
dice, y ajá. Esta ambigüedad de decir una palabra como si fuera un aleph
borgeano en el que se enuncian todos sus significados, sinónimos y
antónimos posibles requiere de mucho cuidado y detalle de uso en la poesía,
pues, de lo contrario, la arquitectura de una palabra y su todo pronunciado se
diluyen en una nada ebria y balbuceante. Debido a esto, en lo poético,
proponemos que nuestro movimiento se entienda desde todas las aristas posibles
que pueden gestarse en la ciudad, detallando cualquier pormenor para evitar que
nuestra palabra padezca de la misma ambigüedad de siempre.
Ahora, es importante mencionar que el
primer nombre de Barranquilla es “Distrito industrial y portuario”. Aquí rigen
las factorías y los horarios laborales, que se ven compensados con días
festivos en los que la mancomunidad del Distrito se fragmenta en la unidad
hedonista de cada habitante de la ciudad. El telos de Barranquilla es el
placer egoísta de sus ciudadanos. En el placer se despliegan todas las
posibilidades de lo absurdo. A los barranquilleros nos mueve un ciclo automático
de materialismo grosero: no hay materia distinta a la inmediatez que
proporcionan los sentidos cuando disfrutan, y todo trabajo se verá
recompensado por un descanso que opera como justificante para seguir
trabajando.
Esta multiplicidad de sentido que abunda en la
ciudad es sumamente peligrosa, pues de ella derivan confusiones que enganchan a
los habitantes a ser parte de este sistema teleológico del desorden aparente.
Hemos ignorado que practicamos de la forma más nociva la práctica romana del panem
et circenses. Creemos que aprehendemos nuestra sensibilidad más simple,
pero no detallamos que en las avenidas principales de Barranquilla abundan las
esquirlas de baldosas, ladrillos y concreto, que son adornadas por cintas amarillas
y mallas verdes que dicen que eso es algo que alguna vez será; y un perro
callejero camina sobre la carretera destapada y orina las cintas, y una parranda
vallenata canta un Cumpleaños feliz a la terraza de una casa de la
avenida, luego llueve y se hace barro que ahoga las llantas de los buses, y
alguna vez habrá algo. Diremos, por lo pronto, que solo parece ser importante
que esa posibilidad está presente en las calles abiertas.
Es difícil, sin embargo, transitar sin quejarse
sobre tantas avenidas averiadas, maltratadas o, incluso, aún inexistentes. La
teleología de la ciudad nos obliga, entonces, a tener que celebrar y trabajar
sobre el desorden de las calles; nos vende una imagen –sin materia– de progreso
y jolgorio cubriendo la realidad del descuido. El descuido por las cosas se
traduce –y se transduce– en el descuido del lenguaje, que depende de las cosas.
Para nosotros la poesía no es más que el modelaje y la edificación de una
materia-otra: las palabras y sus sentidos, sus sensibilidades y sus contenidos.
Cada palabra desnuda los adentrijos de la lengua en su totalidad de
campos de acción y significado. Con la lengua se saborea, se bebe, se besa, se
disfruta, se odia, se grita y se susurra. Así “lengua” denomina la
multiplicidad de la lengua, multiplicidad que puede ser sensual-confusa, pero
también erótica-poética. Decimos con ella que “nada vale una mondá”, tras ver y
contar los escombros de la calle mientras hace qué cule calor dentro de un bus
atrapado en un trancón porque la calle sigue estando abierta. Nuestra poesía
respeta la apertura de las cosas a un sinfín de posibilidades, pero para
cimentarla es necesaria una palabra, una lengua que pronuncie la
categoría ontológica y estética de las cosas, tanto para decir, como para
crear.
No queremos más que las palabras sea unidas por
conjunciones caprichosas y mal hechas, no queremos la soledad de un signo que
enloquece y se embriaga y se confunde con cosa y significado, bajo una gramática distrital que no respeta la naturaleza del lenguaje, sino que la
trastorna. La poesía será la comunión de la sensibilidad plena y total del
artista, atento al pavimento que pisa, al sudor de su frente, al sabor de la
cerveza caliente en la verbena, y dirá lo que tiene que decir. El artista vive
su placer encarnado, muy propio de él, pero porque está afectado no bajo el
hedonismo egoísta, sino por estímulos que están fuera de los límites de su
cuerpo y sus deseos, pero que terminan condicionado a su cuerpo y sus deseos.
Así, sostenemos que la experiencia poética es la de La borrachera, de la
Niña Emilia. Ella, en esa canción, retrata a la borrachera como un
estado de convivencia con las cosas, y las expresa en palabras. El poeta
cimentista hará de la palabra una herramienta para construir sentido, experiencia
y expresión. No es lo mismo beber sometido por el telos cíclico de
trabajo-placer, que beber para descubrir con atención lo que podemos decir de
las cosas. No prohibimos la fiesta, la música y el placer, pero exigimos que
construyamos con ellos, que por fin pavimentemos las carreteras para
transitarlas con nuestra lengua, acento y palabra. La Niña Emilia demuestra que nuestras experiencias estéticas están plagadas con
posibilidades que podemos determinar con la palabra. Con la borrachera (la del
licor y la de la intérprete de bullerengue), con las palabras y con la cotidianidad de la
ciudad entendemos que la posibilidad siempre será el preludio de la existencia,
y en la existencia se desarrollan las posibilidades. Este proverbio será la
estiba de la poesía cimentista. Nuestra palabra hablará de la existencia y de
sus posibilidades, sin perdernos, sin extraviarnos en el mapa cenagoso de
Barranquilla, que exige cuidado y atención para hacer, decir y crear.
Cada coma, cada punto, cada letra, sílaba, fonema,
imagen y oración de nuestra poesía teje el entramado metropolitano de una
ciudad víctima del descuido egoísta y sistemático, que tendrá feliz muerte bajo
los adoquines en los que transitaremos. Con la existencia de nuestra palabra
será posible detallar más posibilidades que no fueron dichas, que necesitan ser
descubiertas, creadas, entonadas, incluso, si se quiere, gritadas. En la poesía
se logrará la belleza una vez se entienda aquel arroyo de posibilidades, no
necesariamente para castrarlo en una sola posibilidad de sentido; nos
referimos, en cambio, en aquellas posibilidades de sentido que sean suficientes
para retratar y expresar la experiencia en los signos. La poesía es sensual en
un sentido de “sentido”, en la palabra que nos atraviesa con las imágenes de
miradas traviesas intercambiadas de un andén a otro. Así la poesía es coqueta
con método, con el método que exige una circunstancia de saber ser coqueto, de
saber decir las cosas como se deben, y no como quisiéramos caprichosamente. Por todo
esto, nuestra poesía es dialéctica, desafiante, atenta, polifónica y para nada
solitaria.
Aquel balbuceo que no respete la gramática de lo posible y, además, limite su plano estético a una sensualidad ebria, perdida y voluble, no podrá estar dentro de esta nueva poesía barranquillera. No podemos escribir sobre estas calles abiertas, donde todo es tan posible y probable en un mañana, que por ahora es imposible. Ya no estaremos dentro de esta teleología distrital de Sísifo. Hemos tirado nuestra piedra de placer vacío al precipicio para edificar una palabra que perdure y que sea nuestra verdadera ventana al mundo, para decirlo, para sentirlo y, ante todo, crearlo de toda forma posible.
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