El lenguaje de las cosas

Elin Danielson-Gambogi. (1890). Después de desayunar.

Todo

Y lo triste
y lo malo, y lo mal.
Lo terrible, lo oscuro
de esto,
y todo esto
que no es más
que esto
y nada más.
Nada que salve
aquello
que nunca se da,
nunca;
y siempre es así.
Y así
se secan
las lágrimas
en los cachetes,
y la sangre
en el colchón.
Los ojos se cierran
e invade el sueño
de ahogarse
en una mancha roja,
ya marrón,
ya nada.
Y dormir esperando
no ver más
todo esto
nunca más.

Esquinas

Un universo
pequeño
con un escritorio
abrigado con papeles, recibos,
cuadernos.
Una mesita de mármol
con un rosario,
collares, cremas,
rostros.
Cuatro esquinas
que niegan el suelo
y las paredes
intersecadas con violencia.
Tristísimos suspiros
al recordar
aquella vez,
en un lugar borroso
y sin esquinas,
los pedazos de la infancia.
Un universo para estar
acurrucado
en un millón de esquinas
ocultas
en los espejos,
hablando solo
para no olvidar.

Amarillo

                                           Nada será igual.

Tengo miedo
de que este día sea amarillo:
desde la ventanilla del bus
veo al sol
juntarse con la arena
en lo más amarillo de este miedo.

Avanzo,
a cada cuadra todo es
más amarillo.
Un nubarrón de sol
y un rayo de arena
cubren mis mejillas sonrojadas
de lo amarillo que siento.

Bajo
y te observo,
amarillo bonito,
amarillo gracioso,
amarillo sonriente.
Y yo,
mientras tanto,
amarillo nervioso.

Las cosas eran rosas,
azules, verdes
o tristes y grises.
Ahora
tiñes las cosas
con el color más joven,
y las veo, y me intimido,
y me gusta, y escribo,
te escribo
que me gustas,
amarillo.

Sentados,
toco los dedos
de tu mano
siempre amarilla.
Me tomas de la mano,
eres el sol
y yo la arena:
y me desmorono
en tus labios,
en un beso tranquilo
que dibuja el atardecer
más amarillo.

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