Este cuerpo que nunca

Takato Yamamoto. (2002). Makeup of darkness.

Hombrecitos empantallados

Hombrecitos empantallados
de carne de imagen de carne
de imagen
de rostros al frente
que miran
y esperan
amar y ser amados a imagen
de sí
y huir, tal vez, del frío rencor
de la pantalla.

Una palabra, un mensaje,
una foto
de sí
para recibir un cumplido:
una palabra, un mensaje,
una foto.

Es que
yo estoy del otro lado de la ausencia:
aquí todos son iguales
porque no hay
nadie.
El otro lado del cristal,
del plasma, del píxel
diminuto que dibuja
la cara, el cuerpo
con la nada entre las piernas.

Es el otro lado,
el cuerpo que nunca
y las telarañas en los vellos
y el esternón: un cofre
que guarda corazones
y pulmones crujientes.

Lo denso, la brea que ahoga
cualquier intento de palabra:
una imagen en negro
para ojos que no ven
que ahí estoy yo
del otro lado.

Hombrecitos empantallados
de ojos color pene,
de pulmones de aliento caliente
y corazones que sangran algo que es mentira.
Estoy yo, del otro lado,
como un cáncer que los recorre
desde afuera,
el otro lado que es lo cierto
mientras que adentro
todos son iguales,
porque no hay nada
ni el poquito de nadie
que soy
en la mentira, que es lo cierto.

Casa, motel, bus

Perderse no es un problema.
Siempre habrá algo:
una casa,
un motel,
un bus.

Si uno se pierde,
puede contar con la certeza de que
habrá alguien:
una madre,
un cuerpo,
unos rostros.

El problema es encontrarse:
no verse entre los charcos,
los lentes negros.
No ser hijo con la madre,
no ser otro con el cuerpo
o no saberse entre los rostros.

Más que encontrarse:
que no me encuentren,
que no me digan
hijo,
y quedar regado en el motel
e ir desnudo en el bus equivocado.

Saber, saberse
que,
después de tanto,
lo único que queda
es volver a perderse.

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