Cosas que duelen

 

Seiichi Hayashi. (2008). Modern beauty.

Como una flor que sangra

Caigo
como una flor que sangra
a lo mas hondo
del colchón.
Me arrulla tu ausencia
en las manos de otros
cuerpos
que me deshojan
y quedo con tres o cuatro pétalos
que desollaste
en la habitación de tu apartamento:
caigo como un deseo interrumpido
de raíz,
ya no somos lo que fuimos
ni lo que pudo haber sido.
Yo me desparramo hoja por hoja
a tu lado
sin que lo sepas.

Caigo,
caigo
como una flor que sangra
y que se escurre
entre tu nombre escrito en el abdomen.
Enjuago mis heridas abiertas
con el sudor de otros
que no me sé sus nombres,
pero el tuyo no se quita,
es tu cuerpo estampado como espina,
me lastimas y
no se limpia tu color mancha de vino en las cobijas blancas.
Me restriego
en las espaldas, en los brazos
de gente que no conozco
hasta hacerme nadita
y nada
se quita
y sigues ahí porque puedo verte
desde aquel otro lado del jardín de gente
que se vende al mejor momento.
Y pongo labios ajenos en mi boca
y sigues arrastrándote
por mi garganta, mutilando mis besos
con mis propios dientes.
Haces de mis gemidos
una canción muy triste
que cantas cuando aprietas
de mi tallo
cada que te recuerdo.

Caigo
completamente marchito
ya no rojo sino marrón
de sangre podrida,
de mortango añejo de tu carnicería
y del color del primer almuerzo juntos
como la tinta de mi esfero
aquella vez en la que yo no fui tu banquete,
sino el tributo: un ramo de mis risas
que me regalabas a mí mismo.
¿Qué pasó con eso que decías
de que yo era flor de centro de mesa
si ahora te sirves de mí en platitos desechables?

Y es que caigo y no me levanto
porque ya no hay nada que pueda salvarme
de esta vida
de muerte que se prolonga
como corte de venas abiertas
que sangran para no llorar
el dolor que siento
al no sentirte.


Para insultar a un extraño

El deseo de encontrar un extraño que me ofrezca lo que no he pedido y me alce la voz y sienta el sol en la pupila y en mi boca un insulto y en mi espalda el cansancio. Saber qué son seis o siete años iguales con todos extraños de brazos abiertos y el calor, el sudor: me sofoco, el fastidio. Aún así, viene el reclamo: que por qué tan así, amargado, bravo y grosero. En silencio pienso que por qué usted tan extraño con su rostro de gestos comúnmente comunes y dolorosamente normales.

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