Educación cristiana para niños protestantes

“La nada es inercia. Invita al ser y no lo tolera: es la suprema resistencia. Por eso crea el infierno, ese infralugar donde la vida no tiene textura. Ceder a él es sumergirse en la locura, en esa locura que precede a toda enajenación”

María Zambrano. En La última aparición de lo sagrado: la nada, p. 185.

Flor Marina Pineda es su nombre. Es una mujer ya muy señora, ya muy seria, quizá muy seria y muy señora para ser profesora de niños y adolescentes tan variados, pero en últimas todos cristianos protestantes evangélicos, al menos así debe de ser. Flor Marina, la profe Flor, tiene una voz ronca, quizá muy ronca para ser profesora porque siempre que habla pareciera que está regañando. Todos los estudiantes y algunos profesores le tienen miedo a su voz que se asemeja a su carácter. Ella tiene un acento antiguo, muy típico entre adultos mayores de Bogotá que saludan de “¿Ala, cómo estás?”, un acento que contrasta con su fe tan alternativa al común denominador religioso colombiano. ¿Es que por qué somos protestantes en Colombia? Pero bueno, el punto es que ella trabaja en el colegio desde mucho antes que muchos otros profesores. Ella es la “jefa de área del Departamento de Teología y Cristianismo”, y es que es la única profesora perteneciente a dicho departamento dentro del colegio. Desde siempre ha dictado las asignaturas de Teología I y II en décimo y undécimo grado, y la de Educación cristiana. Esta última es una hora semanal que se da a todos los cursos desde la Primaria hasta noveno grado de Bachillerato. En esa clase el hilo conductor es la Biblia edición Reina Valera que todos tienen que portar, de lo contrario la profe Flor le pedirá a quien no la porte que se retire del aula. Para pensar a Dios hay que pensar desde y en su Palabra.

Es jueves después de recreo. Toca Educación cristiana en uno de los salones de séptimo grado. Las risas prepubertas y las conversaciones divertidas se ven interrumpidas por la presencia de la profe Flor en el salón. Camina despacio, cojea un poco, entra al curso y empieza con un muy buenos días, y saca un marcador color azul y comienza la lección.

—Dios se dice a sí mismo —dice la profe Flor a la clase mientras escribe la actividad del día en el tablero—, Él se revela ante nosotros en su palabra, nosotros somos ajenos a lo divino, pero él nos acoge en su seno. La tarea de hoy consiste en leer el primer capítulo del primer libro de Timoteo y leer el capítulo 148 de los Salmos y escribir en qué versículos Dios se revela ante nosotros mediante la Palabra.

Las clases de la profe Flor suelen ser en total silencio, todos leyendo y releyendo cada versículo tal y como aparece al ojo del lector. Todo era una suerte de bibliomancia mediada por fe y argumentada en unos cuantos párrafos en hojas blancas que luego la profe calificaría. Este tipo de actividades ahora son muy pesadas para preadolescentes que hasta el momento vivían su fe como una réplica del discurso arengado en los devocionales de cada lunes. Ya no bastaba con leer la Biblia como un relato secuencial de la historia del pueblo elegido por Dios. De la narrativa casi lineal del Pentateuco hubo un brinco a la densidad de reflexiones e imágenes de los Salmos y de los Proverbios. Ya no bastaba con cantar alabanzas ni decir simplemente “creo” con la mano en el corazón. Ahora era deber del joven cristiano protestante conocer aquello en lo que creía y que su fe fuera el método exclusivo de acceso real a lo divino. Esto era costoso, era un parto, jóvenes entre 11 a 13 años descifrando algo en la Palabra. Y en la Palabra Dios parece distante a ella, pareciera que la utiliza con resistencia. Es como si Dios quisiera evitar a toda costa contaminarse del signo. Es como si siempre se estuviera ocultando de algo y al final fuera ajeno a todo, incluso a la fe tan humana y pasional de esos jovencitos protestantes. A los estudiantes se les escapa del intelecto y la profe Flor, indiferente, desea que sea aprehendido por pubertitos que quizá deberían ocuparse de otras cosas antes que de Dios.

Ante los ojos de los estudiantes aparecen las siguientes palabras del Salmo 148: “Alabadle, cielo de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová; porque él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre […]”. Los niñitos tienen que considerar la magnitud de la potencia creadora que se alza por encima de lo creado, ¿qué es entonces lo creador?, ¿qué espacio ocupa? Se sabe que no puede ser el de la palabra, al menos no el del lenguaje, tan humano, tan de la creación. Está por encima de ella, en el cielo del cielo que nadie conoce. No es aquello que hizo siendo, Dios es lo que hizo aquello que es. Dios se aparece ante los estudiantes a modo de una especie de nada que todo lo hizo. Por otro lado, el profeta Timoteo lo define como el inmortal y lo invisible. Dos categorías que se extienden más allá de lo creado. No existe nada invisible e inmortal, y sin embargo hizo todo lo que se desparrama entre el tiempo.

Para unas mentes tan pequeñas, la tarea de la profe Flor se vuelve imposible porque no está al fácil acceso para jovencitos que acaban de descubrir que su vida y su palabra no pueden estar al servicio de alguien que ni siquiera es algo, pero que todo lo que es, incluidas sus risitas, sus rostros y el colegio en el que aprenden cosas tan extrañas fueros creados por Él. La fe de ellos, que son y existen, es distinta y ajena al Dios en el que creen. Dios aparece como una contradicción que no surge, pero que de la cual surge todo. Un sinsentido que ordena, un verbo que no se pronuncia, pero que en su palabra todo se dice. Mientras tanto, la profesora Flor tose, lee la Biblia y mira a sus estudiantes concentrados que descubren la pureza de Dios identificada en la hoja en blanco y vacía que tienen para resolver la tarea. Minutos antes de que acabe la clase, los estudiantes responden unas cuantas líneas. Son muy viejos para tener la creatividad de un niñito y hacerse la idea de algo como Dios, pero son muy jóvenes para tener la claridad y la fe ya caminada de la profesora Flor. El timbre de cambio de hora suena, la profe recoge todas las hojas, y todos deben seguir su vida como si nada, como si Dios, con la siguiente clase de Aritmética.

Lucas Cranach. (ca. 1540). El niño Jesús con san Juan Bautista.


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