Milcíades, el presocrático

“El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro”
María Zambrano en Pensamiento y poesía.

Mucho se dice sobre este autor que es una sombra que acoge a sus coetáneos y sus sucesores. Su arjé fue muy importante para la época y sigue aún vigente en nuestros días. Autores antiguos, muy dispares entre sí, convergen en su pensamiento, como si este supusiera un alto al fuego en la discusión filosófica occidental. Es que la muerte fue para Milcíades de Éfeso (s. V a.C.) un tema clave en lo que se conoce de él tras el descubrimiento de su escasa obra, casi totalmente perdida.

Con los fragmentos de Milcíades se pueden comprender cómo la narrativa de la filosofía griega responde siempre a un mismo problema aún con la variedad y diferencia de las doctrinas que la conforman. ¿Qué tiene Milcíades para ofrecernos? Unos dicen que sus textos, revueltos en algunos pocos papiros medio deshechos, en realidad son solo versos de poemas líricos escritos a modo de himnos. Por otro lado, parte de la comunidad académica, incluido yo, coincidimos en que su contenido literario y mítico raya en lo filosófico. Después de todo, cuando a Platón se le agotan las ideas, este entona poesía; y cuando a Milcíades le suscita una idea, este las retrata con un breve silencio en sus himnos. Así, expuesto por encima, parece un autor contradictorio. Aunado a esto, todo lo rescatado de su obra se ocupa enteramente de la muerte, terreno habitualmente explorado por poetas y religiosos. De este modo, Milcíades es un tanatonauta, su filosofía es una revelación en vida de lo que hay antes y después de ella. Para él, la muerte es un elemento preexistente al ser, su principio formador, y que sin esta nada de lo que es podría distinguirse como verdadero.

La muerte, hasta antes de Milcíades, había pertenecido a la tradición épica griega. La muerte era un tema ritual y tratado tanto con respeto y temor como con un silencio indiferente por unos pocos. Milcíades continúa este rito mortal a modo de tributo de la poesía homérica. Él supo que detrás de la guerra entre aqueos y troyanos estaba la muerte atravesando la narrativa épica que no es más que la narrativa humana. Más aún, la explora en el conjunto total del ser en el que el humano es diminuto ante la realidad que habita y lo envuelve. Si bien, la muerte para Heráclito, uno de sus presuntos discípulos, es sinónimo de lo que no es, para este último, también consiste el no ser como el tránsito hacia el ser. Milcíades ya lo decía en uno de sus versos: “enmudecida mi garganta pronunciaré una orgía de moscas”. Y es que antes de las moscas era la carne, y en la carne hecha humano estaba la palabra censurada por las moscas. Este zumbido sanguinolento es un retazo teórico y poético que precede la reminiscencia platónica. En este sentido, se entiende que el saber racional occidental, como la carne, está antecedido de algo, algo como la palabra viva de Milcíades, de un pensamiento que resucita para morir en la razón y permanecer eternamente en la cultura. Y aquí está el error: subsistir más de lo debido, decir más de lo que se puede. El pensamiento de Milcíades fue malinterpretado cuando decidieron decir palabra donde iba mosca. La doctrina milcíadica se trata, entonces, de una filosofía siempre abierta a vivir solo mientras sea posible.

Ya Aristóteles desprecia a Milcíades de cierto modo por su ambigüedad. En el primer libro de Metafísica, cuando examina las nociones del ser de algunos presocráticos, ignora por completo las tesis de este autor. Unos dicen que quizá se debe a que sus papiros estaban perdidos –recuérdese que no fue hasta el siglo XIX que se encontraron fragmentos en la península de Anatolia durante la fiebre del orientalismo–. Sin embargo, yo abogo por pensar que, dada su aparente incoherencia en su pensamiento, es Aristóteles quien lo expulsa de la República y no Platón, pues este último comprendió ese secreto mortal revelado por Milcíades y lo hizo su teoría del conocimiento. ¿Qué tienen los himnos, los ritos u Homero por decir? No se trata de un saber como una lección o como una exposición a modo de receta estagirita para distinguir una cosa de la otra. Es, más bien, encarnar la condición humana en la que Milcíades estaba inscrito. No es una palabra que encierra a la verdad, sino que queda atónita ante su presencia: y es que no hay nada más cierto que la muerte misma, es decir, que no hay nada más consistente en el ser como la nada.

En este sentido Milcíades se presenta ante el resto de los filósofos no como un expositor, sino como un misterio a ser revelado, y verdaderamente revelado, pues ni siquiera se sabe de posibles discípulos y lo poco que se conoce genera sospecha. Además de esto, la muerte, el misterio constitutivo de la realidad para Milcíades, envuelve en su halo oscuro el destino final de este autor, ya que no se sabe cuántos años vivió ni se puede hacer un estimado suficiente para dar una cifra probable, y mucho menos se conoce cómo ni dónde falleció.

La historia, sin embargo, algo de justicia le hizo a este presocrático bajo el pensamiento cristiano. No hay un nexo directo, es cierto. Lo más cercano es la noción de resurrección de la carne con la reminiscencia platónica, y, sin embargo, esto es más Plotino y el mismo Platón que Milcíades. No obstante, hay un eco entre el Medievo desesperado por una respuesta ante la muerte, que termina siendo la vida misma y lo divino.

Milcíades es de este manera un autor que habla sin ser escuchado. El odio destructor de Empédocles, la tendencia al no ser de Heráclito, el ser absoluto y preexistente a todo de Parménides, la reminiscencia platónica o, incluso, el motor inmóvil aristotélico son reliquias milcíadicas nunca reconocidas por ningún estudioso, quizá por el miedo a distinguir los límites que agotan a la razón, y que hay algo más grande que se extiende al no ser. ¿No genera intriga que Aristóteles en Ética a Nicómaco niegue la posibilidad de ser amigo de un muerto? Al final, los filósofos callan ante la muerte, se desesperan al verla o siquiera pensarla, y se aferran a la vida olvidando que es el abismo hacia la única verdad absoluta: lo mortal.

Anónimo. (ca. s. XVIII). La muerte de san Francisco Javier.


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