Reclusos de la época
Retazos
Rollos de cuero
curtido que se extienden,
que se tejen
y entretejen,
¿se cosen con hilos?
se cosen con vellos,
se quieren a gritos
se hunden en silencio,
se corta el tejido:
retazos de cuero.
El proceso,
el hilo, el tinte carmín,
el curtido en taninos,
el carrete y el dril;
la aguja violenta apuñalando,
dibujando sonrisitas
y miradas perdidas
que esperan ser correspondidas.
¡Ah, y el crujir del metal
en medio de las llamas,
traqueteo infernal!
y hecha la estampa,
cobra valor
el bolso, la billetera,
las botas, la cartera,
el monedero y el cinturón.
Y salen al
mercado
a tocar, a ser tocados,
y llenos de inquietud y emoción
abren su cremallera y gritan:
“¡Soy de cuero bien curtido,
tengo estampa de alto valor!
me vendo, es decir, me regalo,
porque de tenerme y soportarme
ya estoy harto”.
La dicha del cualquiera
Llega a su casa
y se sienta frente al escritorio,
lee unos documentos importantes,
envía correos importantes,
quizá también tenga llamadas importantes.
Se pasa la mano
por el pelo,
siente como escurre el cabello entre sus dedos,
siente el tiempo escurrirse entre sus manos,
el tiempo que se ríe de su vida importante
—como si al tiempo le importara nuestras vidas.
“Enloquece,
tíralo todo:
ya no hay tiempo para ser cualquiera”,
—¿y qué afán hay de dejar de ser cualquiera?,
¿cuál es la prisa de ser Dios en la tierra?
Y angustiado
se viste de aeroplano,
corre con sus manos,
y atraviesa las escaleras
que le atraviesan el esternón
como las flores que se abren paso
entre la negrura de tierra.
El humano ya no es humano,
es decir, que ya no es cualquiera,
y dice ser el “superhombre”
totalmente enajenado del mundo,
mientras está enajenado de sí.
Patrañas.
Es preso de otro,
quién sabe de qué o de quién,
pero ha de ser otro cualquiera
que lo somete a su opinión
y sus fantasías dogmáticas
bajo la premisa de libertad:
“ser libre, no ser cualquiera”.
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