Tras las letras

 

Francisco de Goya. El sueño de la razón produce monstruos. (1799).

El Quijote se escudó en su locura, haya sido cierta o no. Él luchó contra su mundo, se impuso sobre su realidad y su realidad no pudo combatirlo. Yo pienso que su locura fue fingida, fue una excusa para salir de su hogar monótono y lleno de facilidades, libros y más facilidades. Quiso dejar eso, dejar de ser el lector, quería ser el protagonista de su propia vida. Pero yo, yo no puedo. Al menos el Quijote fue valiente e inicia su aventura de manera casi inmediata cuando al inicio del relato. Yo, en cambio, me encuentro entre el amor que siento por mis padres, por no querer desautorizarlos y mis inseguridades. Por eso mis aventuras son letras, letras que ahora mismo les tengo algo de celos y frustración concertados. Me fastidia saber que un personaje, que no es más que tinta sobre papel, tenga una vida más entretenida que la mía. Veo en cada letra, en sus trazos, en sus astas, panzas, colas y ojales y hasta en las tildes como se teje una reja que me separa a mí, el lector, de sumergirme en el relato, en mi propio relato.

Ahora comprendo la razón por la que escribo más poesía que cualquier otro género literario que se escribe en prosa. Parafraseando a Sartre cuando define la escritura: el prosista escribe para brindar información de su contexto, su mensaje es claro y se vale de signos precisos para transmitir su idea al lector. En cambio, el poeta hace con las letras lo que el pintor, por ejemplo, hace con la pintura y el lienzo, crea, escribe realidades que provocan en el lector una secuencia de ideas y sensaciones similares a las que experimentamos al contemplar una puesta de sol o una tarde lluviosa. 

Este concepto del prosista como alguien que se encarga de dar un mensaje puntual sobre su realidad, y el contraste que tiene con la idea de poeta como artífice de realidades por medio de las letras como materia, logra explicar mi incapacidad de redactar algo que desentrañe mi entorno como lo hizo García Márquez en Cien años de soledad, ofreciendo una radiografía genial del Caribe colombiano y, aunque suene trillado, es una obra rica porque su autor sabía de lo que hablaba por haber vivido lo suficiente al momento de redactar la novela.

Pero si exploramos el mundo de la poesía, es necesario mencionar a sor Juana Inés de la Cruz. Ella también fue una mujer erudita como Gabo, sin embargo, su contexto era uno hostil que miraba con malos ojos a las mujeres como ella. Entonces la novohispana se vio acorralada y decidió la vida de jerónima en un convento para poder cultivarse como lo llevaba haciendo. Cuando se leen las composiciones de sor Juana es evidente que son autorretratos, cada palabra, verso y estrofa se unen para resultar en una exposición de su pensamiento, que se fundamenta en sus lecturas y las conversaciones que mantuvo con otras jerónimas.

Quiero aclarar que con lo que he dicho no estoy desprestigiando la labor del poeta ni tampoco comparando mis producciones, que son mediocres, con las obras excelsas de los literatos mencionados. Con lo expuesto en los anteriores párrafos quiero demostrar que sí, el poeta crea sus realidades desde el yo, como el caso de sor Juana y que el prosista, como Gabriel García Márquez, brinda información concreta de lo que experimenta en su realidad. Por tanto, yo, que nada he vivido y que le siento un temor grande a la vida, sería vano querer escribir una buena narración y lograrlo.

¿Cómo puedo hacer una detallada radiografía de lo que veo si paso el tiempo en mi habitación que es tan mía que también soy ella? Si levanto mi mirada por el balcón solo veo un árbol de mango que ha vivido más que yo y si me asomo por el otro extremo de la casa, veo a personas que logran desenvolverse con naturalidad en la salvaje urbe, recorriendo las áridas calles sobre moles rodantes de acero tal y como don Quijote se desenvolvía en Castilla-La Mancha cabalgando su rocín flaco.

Claramente solo me queda entablar este diálogo con mi reflejo que está en la pantalla apagada de mi celular sobre el escritorio y que se asoma tímidamente en el espejo que está colgando a mi lado. Esto no me incomoda, pues gracias a la labor de intentar escribir poesía es que he podido entenderme mucho más de lo que esperaba. Solo tengo la fastidiosa picazón de querer conocer el resto de las cosas distintas a mí. Quiero descender de mis ideas y golpearme con el mundo: no por nada la experiencia ha sido un buen tema de debate a lo largo de la historia de la filosofía. Me gusta hablar de las grandes obras que han elaborado artistas plásticos, escritores e incluso los animadores en nuestros tiempos; pero quisiera conocer la fuente de inspiración que les permitió tener el criterio suficiente para realizar sus obras que hoy nos deleitan y nos dan para pensar, quiero experimentar lo mismo que sintieron cuando decidieron analizar la humanidad.

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