Uróboro
(…) Es de madrugada, no puedo seguir la lucha contra el
sueño y caigo desplomado en mi cama esperando la luz del sol.
Me despierto faltando dos o tres horas para el medio día.
Mi primera tarea del día es preparar el almuerzo para la casa: la carne, las
especias, el aceite y las papas me dan los buenos días junto al tinto que me
prepara mi abuela. Sudo por el fogón, por el tinto y por el caluroso clima
caribeño. Termino de cocinar y me siento a terminar de tomar mi tinto, que ya
está frío, y a esperar a que mi madre llegue del trabajo para servir la comida.
Mi madre llega a comer, nos habla de lo que ha sucedido
en su trabajo hasta el momento y nos reímos de alguna ocurrencia; ella come
rápido porque tiene que regresar a la empresa. Terminamos de comer, mi padre se
va, mi madre se va y mi abuela se encierra en su habitación a ver televisión, yo
lavo los platos y vasos sucios mientras escucho música.
Son las dos de la tarde. Una vez reposado del almuerzo
hago algo de ejercicio durante una hora, pero no parece haber pasado una hora,
es como si el tiempo se hubiera congelado. ¿Qué queda?, solo unos recuerdos de
cuando vivía en Bogotá, de cuando me reía en voz baja con mis amigos para que
la profesora no se diera cuenta; hay otros recuerdos de cuando recién llegué a
Soledad, un nuevo entorno, un colegio nuevo, los comienzos de la adolescencia,
nuevas amistades, confusiones y amores inmaduros. Paso así un tiempo, el reloj
ya marca las cuatro de la tarde, tomo una ducha y me siento con mi abuela a ver
la calle y a tomar más tinto.
Son las cinco de la tarde. Enciendo mi computadora para
escribir algo, a veces nacen algunas tonterías bonitas, otras veces nacen
muertas. Así pasa una o dos horas hasta que mi madre llega de trabajar y toca
cenar.
Terminamos de cenar, vemos algo en la televisión, así
pasa otra hora y luego todos van a dormir. Mientras, yo vuelvo a encontrarme
conmigo mismo: recuerdos y nostalgia por lo que fui y, por otro lado,
impotencia por lo que podría estar siendo. Lo que fui y lo que seré no me
permiten tener la mente pendiente en lo que soy. Miro fotos,
cuadernos viejos, poemas de hace dos años y el folleto de la universidad ya
descolorido por el paso del tiempo. Todo se vuelve en una maraña de
pensamientos que no me llevan a ningún lugar, sigo estando en mi cama perdiendo
el tiempo que ya no tiene el valor que solía tener, soy yo frente a la nada.
Me resigno, apago todo y me arropo, es de madrugada, no puedo seguir la lucha contra el sueño y caigo desplomado en mi cama esperando la luz del sol.
(…)
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